Opinión: “Por qué me gustan las chatas base”

2022-09-24 11:05:48 By : Mr. Edgar Zhou

En una de los tantos chats de grupos de WhatsApp al divino botón en los que uno participa -donde todos opinamos sin saber- se dio un debate inútil (como todos los debates de chats), porque uno estaba averiguando para comprar una pick-up con equipamiento “base” y se indignaba porque “no traía antinieblas trasero”. Bué: mas allá de respetar su opinión, tuve que apelar a mi más profundo autocontrol para no mandarlo al diablo. Luego de ese momento, me puse a recordar lo que era andar en una chata base en los años ‘80 y el extraordinario avance en todo aspecto que tenemos hoy.

Primero, definamos “chata base”. Bien sabemos que las tope de gama son increíbles, con equipamientos de confort casi de ciencia ficción, que nada tienen que envidiar a los vehículos premium. Pensar que hay chatas con radar y cámaras, que además les hablás y te contestan es de película. Pero las “base” son simples herramientas de laburo, muchas veces usadas para flotas con varios conductores y tareas ásperas en zonas lejanas. Estuvieron siempre pensadas para durar más que para mimar al conductor.

Las chatas base de antes eran, literalmente, un carro. No había ni la más mínima intención de brindar confort o seguridad. La premisa era durar y durar. Los habitáculos eran despojados y solo tenías radio AM, que la prendías cuando subías y ahí quedaba todo el día (haciendo ruido, porque la antena se rompía siempre y ponías un alambre para tener algo de recepción, y aunque tuvieras recepción los parlantes eran tan malos que tampoco escuchabas mucho). El “confort acústico” (como le dicen ahora, conocido antes como “quilombo de ruido”) era nulo, especialmente si tenían motores diesel, ya que la carrocería, los juegos de las puertas, las cosas de la cabina, el tren delantero, los frenos, el viento y el motor resonaban al mismo tiempo logrando tal despiole que adentro hablabas por señas. Básicamente hacían ruido hasta cuando estaban apagadas.

Otra cosa era el frío, el calor, el polvo y el viento, que sentías cuando manejabas, ya que al no haber aire acondicionado, todo era ventilete y vidrio bajo. Sumale que luego de miles de kilómetros los burletes perdían eficiencia. Mejor dicho: perdías los burletes que se despegaban, entonces si hacía frío cerrabas todo y aún así te congelabas adentro porque si bien traían calefacción, el ventilador era diminuto y las salidas eran chiquitas. Además, cuando prendías el ventilador, lo primero que salía era una nube de polvo total. El desempañador empañaba más el vidrio que antes de ponerlo. El asiento era largo, enterizo, sin posibilidad de regular nada más allá de adelante/atrás. Lo bueno que el apoyacolas era de resortes y blandito, pero se rompía el tapizado al año y te clavabas el resorte en el traste, de ahí que siempre había un almohadón que acomodabas cada 50 kilómetros en asfalto y cada 20 metros en la tierra. En la ventana del conductor -a los dos años, máximo- se rompía la ruedita de la manija, después se rompía la manija por la mitad, después le sacabas la manija y usaban una pico de loro para abrir, después se barría la estría y terminabas indefectiblemente con el vidrio trabado con un destornillador (que era lo más cómodo). El problema era que, si en un salto al caer el vidrio se iba todo para abajo, tenías que destapizar la parte de debajo de la puerta, meter una mano, empujar para arriba y con la otra agarrarlo cuando salía. La mano de abajo siempre salía con un corte.

Seguridad era algo que no estaba en agenda. No había nada de nada. Los cinturones de seguridad eran de bandolera y nunca los usabas. Además, el volante era de baquelita, durísimo: si te dabas la cabeza, te abría el cerebro el mismo volante. Y obviamente todo el torpedo era de metal, por lo cual el acompañante también terminaba cortado. Los frenos eran de tambor, que frenaban para el traste y mojados directamente no andaban. Si se llenaban de barro, tampoco frenaban y si se metía una piedra del ripio que rayaba todo. Los limpiaparabrisas tenían dos velocidades: lento y muy lento. Y eso si tenías buena batería. Si ya estabas con poca, se quedaban trabados en la mitad y tenías que acelerar para que sigan andando.

También estaba el tema del olor. Todas tenían un olor a algo que quedaba impregnado. Podía ser un exquisito blend de “Mugre y Gasoil”, “Mugre y GNC” o “Mugre y Nafta” (más olor a aceite, claro).

¿Servicio de postventa? ¿Qué es eso? Al concesionario sólo ibas a retirarla y nunca jamás volvías. El aceite se lo cambiabas en cualquier lado. No había escaneos y la alineabas vos mismo, en el taller del pueblo.

¿Tablero con testigos, para qué? Las agujas andaban casi todas mal e indicaban “más o menos”. La que primero se rompía era la del velocímetro y lo hacía en partes. Primero, no marcaba nada hasta que pasabas los 60 km/h (cuando la aguja revivía y saltaba). A partir de los 60 empezaba un Parkinson de tembleque entre 60 y 100. A medida que corría el tiempo, todo se ponía peor hasta que dejaba de andar. Es más fácil encontrar un político honesto que una chata de los 70 con velocímetro en buen estado.

La dirección era mecánica: ni siquiera hidráulica. Era terrible estacionarla porque era pesadísimo girar el volante, debías hacer mucha mucha fuerza. Y a los cinco años el volante tomaba juego. Así seguía al punto que a los 20 años tenías medio giro de juego libre de volante. Ante una situación de emergencia, que obliga a esquivar, tu cerebro detectaba el peligro y emitía la señal a los brazos de doblar: eso se hace en 0.004 segundos. Ahí tus brazos doblaban el volante de inmediato (obedeciendo) y luego -entre el juego de volante, el juego de caja de dirección, el juego del tren delantero y las gomas 650/16 finitas y gastadas- la chata doblaba una semana después.

Sin embargo, no hay muchos accidentes con chatas viejas. Eso es porque los que las usamos las conocemos y sabemos anticiparnos. Por ejemplo, para frenar y doblar en la esquina, unos 70 metros antes ya vas encarando con el vaivén del volante y bombeando el freno. No es pericia: es magia. Pero el secreto es siempre ir despacio.

¿Se acuerdan de los paragolpes? Eran de chapa estampada, durísimos (al punto de que cuando le pegabas a algo y se doblaban tenías que enderezarlos contra un árbol). Eran paragolpes, no “paraproblemas”. Hoy, con el acero de dos de esos paragolpes, harían rieles de ferrocarril.

En fin, mil anécdotas más. Cuando empecé a trabajar viví semanas en las chatas, durmiendo muerto de frío o calor, pero había que llegar para cumplir con los laburos en cada provincia. Viajabas a 80/90 km/h con los Perkins ronroneando. Nadie corría, nadie volcaba. Si tenías una chata era porque necesitabas trabajar y cuidabas mucho tu herramienta.

Base era base, hermano. Y te la aguantabas. Porque esas chatas, con todas las cosas arriba descriptas, tenían algo que nos marcó a fuego. Eran nobles como un ovejero alemán.

Estas chatas base construyeron el país a costa de poner el lomo en todos los climas y todos los terrenos. Porque no te dejaban a pata (a menos que el “Perkincuatro” chupe aire, que te va a hacer putear en arameo). Y aún en cinco cilindros, en cuatro o en tres, siempre llegabas. En 2018, tuve una anécdota con La Azul, que todavía me emociona. Pero esa anécdota quedará para más adelante. Salí de Santa Fe capital con 1.500 kilos en la caja y un acoplado de 4.000 kilos. Cuando llegué a Buenos Aires lo hice con sólo cuatro de los seis cilindros andando. Pero llegó y hasta estacioné el monstruo marcha atrás.

Hoy una pick-up “base” es un sueño. Todas las que manejé, de todas las marcas, son espectaculares, con un nivel de confort y seguridad inimaginable hace 15 años. Podés trabajar cómodo, seguro y pasar largas horas. Pensar en tener aire, dirección, levantavidrios, traba central y radio (que se escuche) con “Blutú” es un sueño inimaginable. Y, además, seguridad con ESP, cinturones que andan y airbags. Lo mejor es que casi todas son confiables, aunque sí o sí requieren mantenimiento especializado.

Las pick-ups base dieron un salto cuántico. Tengo la suerte de haber testeado todas las chatas de todas las marcas, para Motor1 y de forma privada.

Pero disfruto mi Azul con todos sus defectos. Estará conmigo por siempre. Porque no es mi chata: es mi compañera.